miércoles, marzo 01, 2006

Efemérides y opiniones

En este año 2006 se cumple el 250º aniversario del nacimiento de Mozart. Miles de libros pululaban ya por el mercado antes de la fecha que vivimos y muchos más han brotado con motivo de esta efeméride. Como gran apasionado de la figura del músico salzburgués y amante -¿por qué no?- de la música clásica, he dirigido algunos de mis esfuerzos a investigar acerca de su vida y obra para conformar una opinión personal sobre el tema.

Lo cierto es que, haciendo publicidad, gran parte de lo que conozco de Mozart parte de un estudio soberbio que hicieron los hermanos Massin hace un tiempo, el cual quedó reflejado en un inmenso cúmulo de páginas (más de 1500, concretando) que tienen el gran valor de situar al compositor dentro de su justa medida creadora, social y filosófica, alejando su perfil de la leyenda que siempre lo ha envuelto. Mística, por otro lado, de la que es difícil huir.

Es indudable que Wolfgang Gottlieb Mozart ha sido un genio, quizá uno de los más grandes que ha existido jamás, y que lo divino o telúrico de su talento no se puede someter a los límites de la razón. Si lo atrapamos sólo con nuestra mente, cometeremos el sacrilegio de segarlo y nunca lo apreciaremos en toda su dimensión humana y sobrehumana. Caeríamos, por ejemplo, en el mismo “error” de la película “Alexander” ya que, cuando la genialidad se presenta, es imposible encerrarla sin perder parte de ella. Podemos contar o enfrentarnos a pequeños fragmentos del genio de Alejandro Magno o de Mozart pero, siendo sinceros, su poder nos rebasa y nos demuestra que hay algo más allá de nosotros o, tal vez, dentro de nuestros cuerpos, que es inexplicable y dueño de una verdad única.

Como todo ser inabarcable, él también arrastra un carro de contradicciones y posiciones enfrentadas. Un gran número de autores han afirmado que lo valioso de Mozart se encierra en su juventud y, precisando más, en su niñez. Para ellos, lo verdaderamente original y extraordinario se encuentra en sus primeros años, porque es ahí donde el talento parece más milagroso y digno de providencias. El resto de su corta vida, dicen, ha sido simplemente una acumulación de influencias (¡un plagio de Haydn!) que le han dado un nombre en la historia de la música pero que no pueden eclipsar lo maravilloso del niño creador de seis años.

Otros, en cambio, aun reconociendo la precocidad de su arte, afirman que sus primeras composiciones son realmente infantiles, pese a su calidad. Así, lo interesante se encuentra en el músico adulto, en el padre del “Don Giovanni” o “La Flauta Mágica”, que dan fe de una intensidad y una habilidad artísticas inigualables. No obstante, no creen que su muerte a la edad de 35 años haya sido prematura. Opinan, metiéndose en una pequeña paradoja –ellos, los partidarios de la madurez-, que después de la Sinfonía Nº 41 no puede haber nada más allá, que su Finale engloba todo lo que se puede hacer en música y que, por muy increíble que sea el poder de un hombre (¿hablamos aquí, sinceramente, de un hombre?), los pasos ya están dados: Mozart construye su techo y su desaparición temprana no es una pérdida.

A todos ellos, los primeros y los segundos, les muestro las palabras de un genio que luchó siempre por su libertad creadora y que ávidamente se entregó a una obra perfecta, con el precio de la miseria y la muerte: “…Vivir tantos años como sea necesario, hasta no poder hacer nada absolutamente nuevo en música…” (Wofgang Mozart, a la edad de 21).


El cuerpo ya no existe pero tú y tu música seréis, por siempre, inmortales.