miércoles, enero 17, 2007

El payaso

Un hombre se encontraba tan triste que decidió ir al médico para encontrar una cura para su melancolía. Después de analizarlo en profundidad, el doctor no logró hallar una solución: "No sé cuál es su problema, pero puedo darle un consejo. Ha venido a la ciudad un circo, vaya a verlo. Tiene un payaso tan bueno que no podrá parar de reírse en una semana". "Doctor, -contestó el paciente- el payaso soy yo".

lunes, enero 15, 2007

Palizas

Un niño de 7 años fue ayer el centro de atención en un drama en la audiencia provincial de Bilbao, cuando recurrió una orden del juzgado sobre quién debería tener su custodia. Los padres del chico le han estado pegando palizas desde muy pequeño, por ello el juez inicialmente ha concedido la custodia a su tía de acuerdo con la ley que intenta que la unidad de la familia se mantenga lo más posible. El niño sorprendió al juzgado cuando dijo que su tía le metía incluso más palizas que sus padres y que se negaba rotundamente a vivir con ella. Cuando el juez sugirió que viviera con sus abuelos, el chico, llorando, dijo que ellos también le metían palizas. Tras considerar al resto de su inmediata familia y darse cuenta que la violencia doméstica parece ser una forma de vida entre ellos, el juez tomó la sorprendente decisión de preguntar al chico que quién creería él que debería tener su custodia. Tras dos parones para verificar referencias legales, sentencias anteriores y hablar sobre el tema con los funcionarios de la fiscalía de protección al menor, el juez dio temporalmente la custodia del niño al Real Madrid, a quienes el niño considera totalmente incapaces de meter una paliza a nadie.


Postpost: Pero ojo con las palizas de este otro.

jueves, enero 11, 2007

Coherencia

Sabias palabras:

"Nunca utilizaré lo que me ha pasado para beneficio personal".

Claro, esto es arte gratuita.

miércoles, enero 10, 2007

Balazos líricos

El cine bélico es una oportunidad única para demostrar o, más bien, mostrar, lo que de humanos tenemos y que surge, precisamente, en las situaciones límite que nacen de las guerras. Es por esto que desde siempre he tenido un cierto aprecio por este género de películas.

Además, con el paso de los años y las innovaciones técnicas, el reflejo, por otro lado, de las grandes batallas históricas, se ha ido haciendo más fiel y más vibrante. Es el caso del desembarco de Normandía en “Salvar al soldado Ryan” o el ataque a la base estadounidense en “Pearl Harbor”, en los que te metes de lleno en la lucha gracias a esa misma fidelidad lograda a través de la tecnología.

No obstante, estos dos últimos títulos carecen de interior, están vacíos. No se aprovechan de la ocasión de ahondar en los personajes estando en crisis, de profundizar psicológicamente en su dolor o en su resistencia. “Salvar al soldado Ryan” acaba a los 25 minutos de iniciarse –siempre se dice de Spielbierg que sobra algo de metraje en sus películas: aquí sobra todo el resto- y “Pearl Harbor” nunca comienza.

Por eso, justo antes de empezar a ver “Banderas de nuestros padres”, aparecía la duda de qué vendría delante en aquella pantalla. Es más, las dos últimas películas de Eastwood, “Mystic River” y “Million Dollar Baby”, me habían causado una gran impresión y podían condicionar todo lo que sintiese acerca de ella. Y el resultado fue sorprendente.



El duro Clint apostó por algo que nadie o casi nadie se esperaba, y eso le dio alas y originalidad: no se trata de un film patriótico, ni siquiera de uno que siga una línea antiamericanista. Más bien, todo lo contrario, lo político es tomado en su vertiente global.

Es decir, el tema es, en cierto modo, la manipulación de una sociedad desconfiada y desquiciada. El valor de una imagen estática como símbolo y, al final, como semilla de la esperanza, marca la trayectoria de los personajes. Y esta orientación permite, además, múltiples visiones. La de los protagonistas, por ejemplo, es, quizá, la más interesante: vemos cómo una mentira los arrastra y los vacía, cómo pasan de ser unos a otros, cuando en su interior saben qué son en verdad. Enfrentarse a una mentira, al concepto de héroe cuando no lo sientes, puede destruirte.

Pero se puede ir más allá. Así, alargando la dirección del argumento, la película es todavía más valiente: si hacemos planetaria esta historia, nos damos cuenta de qué somos en realidad. Nos vemos huecos y, cuanto más huecos, más títeres. Descubrimos que las Administraciones tienen cada vez más hilos y más fuertes y también vemos, finalmente, qué papel jugamos en sus tablados. Y esto, tal y como está el presente, es una apuesta arriesgada, pero que se agradece.

Ahora bien, en conjunto, a pesar de los evidentes logros de guión, dirección y técnica –la batalla de Iwo Jima es única-, algo le falta a la cinta, algo de emoción o, rozando la pedantería, de poesía, porque, a fin de cuentas, no acabas de entrar en la línea personal de los personajes, en su sufrimientos.

Entonces empiezan las comparaciones, y la mía es con “La delgada línea roja”. Es una película que ha recibido críticas despiadadas y sobre la que se ha colocado, en mi opinión, una mancha de injusticia, pero el tiempo le dará su verdadera medida. La considero mi película bélica preferida –por encima, incluso, de “La chaqueta metálica” o “Apocalypsis Now”- y una de las que más me ha influido en los últimos años. Y no creo que esta adopción sea exagerada.

A través de las reflexiones del protagonista Witt, y su antagonista interpretado por Nolte, viajamos como por un espejo con el que queremos mirarnos más y más dentro. De este modo, aparece todo el absurdo del ser humano: la crueldad, la tendencia a la autodestrucción, la naturaleza que se mata a sí misma y la estupidez de la propia guerra, con una metáfora genial en la colina. Pero también una luz de pureza, enfocada hacia el pueblo de niños de una tribu indígena, que representa un estadio original inocente del hombre, como un Paraíso despojado de todo contenido religioso, que hemos perdido por nuestra avaricia y nuestros pecados.

En este sentido, “La delgada línea roja” es una obra maestra que huye de los tópicos bélicos como el patriotismo –no hay ni una sola bandera, ni estadounidense ni japonesa- para buscar algo más intimista y lírico. Y, gracias a Terrence Malick, lo consigue, por eso se te clavan dentro las frases de Witt:
¿Qué significa esta guerra en el corazón de la naturaleza? ¿Por qué la naturaleza lucha con ella misma? Esta terrible crueldad, ¿de dónde sale? ¿Cómo ha arraigado en el mundo? ¿De qué semilla, de qué arraigo ha nacido? ¿Y de quién es obra? ¿Quién nos mata?



Desde este punto de vista, tal vez juzgue erróneamente a “Banderas de nuestros padres” porque tal vez sea erróneo compararla con una película con la que apenas tiene que ver como “La delgada línea roja”. Pero es innegable, y lo veréis, esa sensación de cierta desilusión con que nos abandona Eastwood al final de la película, cuando sales del cine y te das cuenta de que algo que esperabas ansiosamente no ha aparecido en esas dos horas.

Quizá un verso.

lunes, enero 08, 2007

¿Visionarios?


domingo, enero 07, 2007

Cada loco con su tema

Desde que descubrí el International Pro Evolution Soccer Pro, mi relación con EA Sports se acabó por completo. No obstante, algo me ha hecho cambiar de opinión y, de no ser fiel hasta la médula a Konami, habría acabado por comprarme, como agradecimiento, el FIFA 2007.
Y es que esta empresa compleja, que todo lo abarca, ha decidido, al menos, tantear una oportunidad: si hemos hecho juegos de fútbol americano, de hockey sobre hielo, ¿por qué no de balonmano? Con esta premisa, están enviando globos sonda por la red para que la gente envíe su voto.
Se me han acabado las cuentas de correo, así que, si sois tan amables...


Pospost: ¿Quiénes serán esos 8 indeseables?

viernes, enero 05, 2007

Después de Ricardo Queso, Jonathan Rico

Los hermanos Farrelly acertaron de pleno cuando decidieron incluir un trovador en su aclamada "Algo pasa con Mary". Pero todavía acertaron más cuando eligieron como poetas a Jonathan Rich y su inseparable batería Tommy Larkins. Porque existen, como carne y hueso y como versos imborrables.
Si Vinnie Jones es un tipo duro y Richard Cheese una versión elegante y rítmica, esta pareja es ambas cosas.
Echad un vistazo a su hit "Vampiresa Mujer" ("Estoy impresionada, aunque sea de género masculino./ Vampiresada...") o a su inolvidable "Dancing in a Lesbian Bar". Para recordar.



Postpost: Gracias, señor amigo, por su recomendación.

jueves, enero 04, 2007

Nuestra propia música

A finales del siglo XVIII, concretamente en 1787, un vividor y gran amigo de Casanova, Lorenzo da Ponte, volvió a reunirse con Mozart para crear otra obra maestra de la ópera después de “Las bodas de Fígaro”. Se trataba de una nueva revisión del mito de Don Juan, que en este caso se llamó “Don Giovanni ossia il disoluto punito”.

Se contaba recurrentemente una historia en la que, con la sombra de la caída al infierno del propio protagonista, se moralizaba acerca del “¡Este es el fin del que obra mal!” del coro final. No obstante, la composición abarca múltiples puntos de vista que es necesario no olvidar o, simplemente, no dejar pasar.

Tal oportunidad no la desaprovechó Kierkegaard, filósofo danés que tuvo la afortunada idea de pensar que los debates entre racionalistas y empiristas eran estúpidos y vacíos y que lo que valía la pena dentro de la filosofía era estudiar definitivamente al hombre. El hombre, y su vida, de la que él extraía tres estadios vitales: estético, ético y religioso.

La primera de estas posadas, la estética, está marcada por la impronta del goce, el placer físico del romántico y, por extensión, del seductor o esteta amoroso, quien vive en un continuo y mudable presente erótico para el que no necesita ninguna preparación, ningún motivo, ningún tiempo.

Esto nos conduce directamente al “Don Giovanni”, porque es el mito que mejor representa la emisión erótica, la seducción y la conquista o sustracción de momentos a otro ser, es decir, la depredación sexual. Y si, por ende, a la creación de un personaje literario, le añadimos una composición musical fiel, podemos lograr una inmersión en pensamientos todavía más profundos.

Por ejemplo, las victorias sensuales de Don Juan son un continuo de fugacidades, de pequeñas memorias que se apagan y donde la palabra, cargada de fuerza triunfadora, acaba por desaparecer. Es más, el propio conquistador podría no existir si no se hubiese fijado al catálogo en el que se inscribían los nombres de las 2.065 mujeres a las que había cautivado.

En este sentido, la música cumple el papel de espejo a la perfección: todo seductor y, ampliando, todo ser humano es, en parte, una simple nota musical que se consuma en el “eterno desaparecer” del placer, que también podemos expresar como pasión o incluso sentimiento.


Por eso, el motor humano confiere sentido a la propia creación musical, y viceversa. Esto es, comprendamos la existencia como un silencio, un principio de obra en el que el director, suspendido sobre un extraño vacío y armado con su batuta, está a punto de marcar la primera nota de la sinfonía. La vida, como el teatro sin público, se va a convertir en el espacio donde resonará el cuerpo de notas que marcará nuestra mortalidad o nuestra inmortalidad.

No somos una esencia, tan sólo empezamos a ser cuando sonamos, cuando nos entregamos a esas notas musicales del sentimiento que desaparece continuamente o eternamente se renueva. El pensamiento, la razón o el pentagrama, por sí solo, es un bemol monótono y, más allá, una especie de prisión. La belleza de la ópera está en la pasión, en romper las reglas y desarmarse en un grito atronador.

¿Qué es lo que marca el desafío al tiempo de una gran pieza musical? ¿Por qué Mozart está todavía vivo? Eso es a lo que deseamos llegar y ahora parece abrírsenos una metáfora: debemos crear nuestra propia música, pero una música que vuele desde el pentagrama y suene tan fuerte que atraviese las paredes de nuestro mismo teatro, que se escuche fuera y haga temblar.


Por supuesto, no podemos reducirnos a la realidad, a lo que la rueda de la Historia marca como imborrable. El sentido de nuestra aria personal lo construye o lo destruye todo, y a su ritmo nos sometemos. Si todo comienza verdaderamente con el movimiento de la batuta, lo que lo siga dependerá únicamente el espíritu del teatro. Así, y sólo así, lo que nos rodea tomará la forma de nuestro propio Allegro Assai y seguirá resonando siempre, porque el eco es aparecer donde es posible la música, y la música es infinita.