viernes, febrero 29, 2008

La religión de los poetas

Harold Bloom es un crítico estadounidense nacido en 1930 que entroncó con la línea gnosticista de los primeros años de la Iglesia cristiana. Esta adopción le permitió construir una visión particular acerca de la cultura occidental y, sobre todo, de la creación literararia. De hecho, entre sus obras está un "Cánon de la Cultura Occidental", es decir, un catálogo de composiciones artísticas que han dado pie a nuestra forma de vida o, como él decía, al corpúsculo de sus "genios".

Pero vayamos por partes. En primer lugar, ¿qué es el gnosticismo? Se trata de un pensamiento, cercano a Platón, que plantea que el Universo no es más que una chapuza a manos de un dios secundario que, trabajando sobre la materia, da forma a nuestra existencia, una existencia imperfecta y perecedera. Este dios menor, el Demiurgo, asimismo impide que el ser humano, cargado de un potencial poder de salvación, alcance su propia consagración a través de la constante purificación de su yo inmaterial. Dicho de otro modo más sencillo: el hombre, que es imperfecto en cuanto a ser material, sí tiene una parte -que podríamos llamar alma- capacitada para ascender a Dios.


Si analizamos la figura de este Demiurgo desde la perspectiva gnóstica, está claro que no es el precursor de todo cuanto podemos conocer. Se trata, más bien, de un falsificador que, copiando algo que está por encima de él, dio origen a lo que nosotros hoy podríamos entender como realidad aparente. De nuevo volvemos a Platón, a lo que él defendió como absoluto mundo de las ideas.

Ahora bien, la errática de este Demiurgo sentencia al ser humano a su ridícula condición: el dolor, la muerte. No obstante, el gnosticismo plantea la posibilidad de que intelectualmente podemos alcanzar la salvación si logramos desprendernos de nuestra naturaleza corpórea. Esto podría estar relacionado con los mensajes cristianos pero, oficialmente, el gnosticismo es una herejía ya que, en el fondo, lo que promueve es la existencia de una segunda divinidad, cuando lo que la Iglesia defiende es un Dios Unitario. De todos modos, podría exponerse una teoría en este punto: si hay una parte imperfecta en nosotros que debemos vencer porque representa lo doloroso, lo malo, ¿no podría existir realmente este Demiurgo como lo que por tradición conocemos como Lucifer? En este sentido, surgiría la interesante hipótesis de que el ser humano fue creado por el Anticristo.


Pero volvamos a Bloom. Según su razonamiento, el gnosticismo sería la única religión válida para la literatura, porque sitúa a los artistas en la cúspide del ser humano, esto es, con la capacidad de abstracción necesaria para, atravesando los distintos obstáculos del Demiurgo, llegar al origen del Universo, a lo Sublime, que no es más que lo Inquietante dado que escapa a la capacidad de comprensión del hombre y, sin embargo, está ahí y quién sabe si dominándonos de algún modo.

Postulando radicalmente a Bloom, podemos dividir las obras literarias en perfectas e imperfectas. Es un silogismo simple: si un autor ha logrado rebasar los límites de la materia, en ese caso, también ha alcanzado un mundo ideal y su obra es superior. Con el mismo criterio, un autor menor funciona, simplemente, como Demiurgo. Construye su obra a partir de la copia de un ideal, por lo que debe considerarse inferior -ya no apunta a la inmortalidad, su creador está estigmatizado por la debilidad del hombre-. Utilizando las palabras del crítico:

"Cualquier obra literaria lee de una manera errónea -y creativa- y, por tanto, malinterpreta un texto o textos precursores. En cambio, los grandes escritores poseen la inteligencia de transformar a sus antecesores en seres compuestos y, por tanto, parcialmente imaginarios. La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles, pero estimula al genio canónico".

Así, llegamos al instante conflictivo de sus teorías: ¿quién puede determinar que una obra, y su creador, han alcanzado el estatus de divinidad? Para él, el baremo que ha de emplearse es la originalidad. La originalidad entendida como forma de extrañeza, como parte de algo superior que apenas acertamos a comprender, nunca asimilable por completo y que, por tanto, no podemos dejar de ver como lo que anteriormente nombrábamos "Inquietante".

Siguiendo esta línea, nos aporta una serie de autores -abarcando un ámbito temporal de siete siglos- que configuran, a su entender, Occidente: Chaucer, Dante, Shakespeare, Cervantes, Montaigne, Molière, Milton, Wordsworth, Goethe, Jane Austen, Tolstoi, Dickens, Whitman, Dickinson, Virginia Woolf, Eliot, Ibsen, Samuel Johnson, Proust, Pessoa, Kafka, Joyce, Freud, Beckett, Borges y Neruda.

Qué decir. Depués de lo expuesto, ¿son estos nuestros dioses? ¿Serán para siempre inmortales? Ahí queda la pregunta.