viernes, diciembre 08, 2006

Borat

Es una de esas películas que, en un principio, jamás te esperas ver a ti mismo ante la pantalla, sobre todo, después de conocer que la mano divina que está detrás de todo -producción, dirección e interpretación- es la del rapero, presentador de éxito y especie de actor Ali G. Sin embargo, con el tiempo, con las críticas de los periódicos, de las pseudorevistas, de la gente de a pie, la humilde, la semiculta, nace el magnetismo que, finalmente, te planta en el sillón frentea a tu televisor -eso sí, aceptas verla pero no pagar por ello-.
Transcurridos unos noventa minutos, aproximadamente, comienzas a comprender el porqué de esas "cuatro estrellas" o esos "7/10" de los opinadores:
Transigimos con que, por momentos, no quedan claros los límites entre lo que pueda estar preparado y lo que surge de manera espontánea. No debatimos que la actitud del protagonista sea harto desquiciante, no por el hecho de ser estadounidense sino que esa misma acritud la tomaría por bandera un mejicano, holandés o kualalumpureño. Además, no me gustaría estar en la piel de los creadores de la película después de haberse ganado tantos enemigos ("Kazakhistán es un país correoso pero también tiene sus problemas sociales, económicos, judíos...").
No obstante, en ocasiones, tal y como lo hacen los grandes documentales, esta actitud logra desenterrar la verdad, la verdad incómoda, de una sociedad con poder decisorio casi ilimitado. Un ejemplo:
Borat acude a un rodeo y charla con uno de sus organizadores, que le dirige estas bonitas palabras:
"Yo, en tu lugar, me afeitaría ese bigote. Pareces demasiado... musulmán, y eso aquí a la gente no le gusta. Si te afeitases, podrías pasar por italiano. Mira, yo, cuando veo a un puto musulmán, me pregunto qué clase de explosivos llevará pegados al cuerpo, ¿comprendes? Cuando la guerra acabe con toda esa gente, todos estaremos más tranquilos. Otra cosa, no le des besos a un hombre, eso es cosa de mariquitas, ya sabes, de los que mariposean por la calle".


Es una hora y media que roza lo desagradable pero en la que te ríes casi sin parar. Aunque, como dice la crítica que, en mi opinión, mejor refleja la esencia de la película:
"Nos reímos, sí, pero lo que nos hace reír debería hacernos llorar".
Qué gran verdad.