viernes, noviembre 17, 2006

Días de cine

Cuando la televisión amenaza con repetirse formato tras formato, clon tras clon, presentador plástico tras presentador plástico, fregona al talle, todo cuanto suene medianamente transgresor o, al menos, tímidamente distinto, es una alegría para los que se juegan un glaucoma contemplándola. Y si, además, a su espíritu personal, diferenciador, le añadimos una larga trayectoria o supervivencia en la parrilla, el resultado es digno de admiración. Nos referimos a "Días de cine", el enésimo programa desterrado a una isla de la madrugada, que nos merece el mayor de los respetos.
Porque no resulta ser el típico espacio promocional de películas que recuerda a esas revistas corporativistas de videoclub, donde se llegan a ensalzar títulos que se arrastran por el suelo del Séptimo Arte. No es "Estamos rodando", ni "Cartelera", ni aquel tardío intento de Telecinco de resucitar su "Cine 5 Estrellas" a través de grandilocuentes reportajes previos a la emisión de la cinta, en los que, con la dignidad decapitada por el dinero, se comprometían afirmaciones tales como: "Blade II destaca por sus increíbles efectos especiales, sin olvidar su complejo guión". Quizá tan sólo a un epiléptico le costaría seguir la línea recta de su trama, y ello tan sólo por los perjudiciales juegos de luces y sombras que le harían morderse la lengua en un ataque.
"Días de cine" empieza, pero no acaba, en su presentador, Antonio Gasset, que puede convertirse en tu más odiado personaje pero también en un iluminado ídolo. Jamás, no obstante, estará falto de personalidad, será siempre él mismo y nunca se le podrá tachar de busto parlante, de tía mona que habla. Su originalidad y su acidez (sus inolvidables frases: "Típica película en la que, después de años maravillosos de matrimonio, la esposa descubre que su marido es un terrible psicópata, tal y como le ha ocurrido a alguna de mis ex esposas") marcan el punto de partida de un programa de estilo no rígidamente convencional.
Sus críticas no sólo se centran en la película en sí, sino que intentan buscar la relación de su temática y tratamiento con otros intentos en la Historia del Cine. Es decir, profundizan más en todo los aspectos que la conforman, dando una visión más enriquecedora de la misma y, por ende, aumentando tus conocimientos de la cultura en general, porque aprovechan para abordar -y no por ello abandonando el hilo correcto- posibles temas lindantes como la pintura, el deporte, la política, etc. Todo ello envuelto con un estilo distante y atractivo, donde la libertad creativa está muy por encima.


Un ejemplo de esto último sucedió esta semana en el reportaje sobre "El ilusionista", que comenzaba con una especie de título de créditos en los que se leía algo similar a:
En los diez minutos que durará este reportaje no llevaremos a cabo ningún fraude ni engañaremos o mentiremos a los telespectadores.
Después llegó la profundidad habitual, viajando hasta Murnau y su "Nosferatu" -afirmando que el director había contratado un medium para hablar con un espíritu y perfeccionar así su personaje principal- o Kubrick y su pasión por la hipnosis, que habría utilizado sobre varios de sus actores, por ejemplo, en "El resplandor".
Acabada la lección magistral, en un alarde de libertad, y un poco de tocapeloteo, volvían los títulos de crédito, pero ahora ya con un tono diferente:
Habíamos prometido que el reportaje duraría diez minutos. Esos diez minutos acabaron hace un minuto y medio. Durante todo ese tiempo hemos mentido como bellacos.
Grandes, grandes. ¡Aprende, José Toledo!