lunes, diciembre 18, 2006

Creatividad

Me encanta "Redes", aunque esta afirmación suene pedante.

Ayer, la temática tratada fue la de la creatividad. Se presentaban varios estudios y varios autores (psiquiatras, psicólogos, etc.) que apuntaban a la relación entre diversos aspectos de la mente y la creación.

Así, Mark Lyhtgoe, famoso neurocientífico, aportaba una interesante tesis. Según él, nuestro cerebro vive una continua pulsión entre dos energías: una emocional y otra racional. Cada una ellas corresponde a una zona más o menos localizada de la corteza: el sentimiento a la central y la razón a la frontal. La imaginación surgiría de la parte central pero su afloramiento se vería truncado en cierta medida por lo delantero, que implicaría al pensamiento una serie de patrones para adscribir nuestro razonamiento a la realidad.

De este modo, el verdadero espíritu artístico radicaría en la capacidad de huir de la inhibición de la capa frontal. Lythgoe ponía el ejemplo de un individuo que había llevado una vida vacía desde el punto de vista de la creación. No obstante, al sufrir una apoplejía, su cerebro vio dañada su frente, quedando parcialmente cohibidas sus facultades de raciocinio. Como contrapartida, se despertó en él un talento para el arte que lo llevó a una elaboración constante e incansable de obras de las que antes nunca se hubiese sentido posible padre.

Es un caso similar al de los sueños. Al entrar en la fase REM, se despierta en nosotros el aspecto emocional y la memoria, al tiempo que disminuyen nuestras capacidades lógicas. Es por eso que nuestra ensoñación es onírica y durante la misma podemos llevar a cabo acciones que nos resultarían impracticables en el mundo real (el mismo Lythgoe soñaba de pequeño con continuas peleas con espadas). Pero si conseguimos trasladar al universo de los ojos abiertos nuestros sueños es muy posible que, como sucedía con los surrealistas, logremos crear arte a partir de ellos.

Sin embargo, la creatividad no es algo que se adscriba únicamente a la faceta artística, también está ligada ineludiblemente al pensamiento científico. Manuela Romo, psicóloga de la creatividad, desvelaba unos posibles instantes claves para la consecución de objetivos sobre los que llevábamos tiempo razonando pero que se ocultaban a nuestra inteligencia.

Hablaba de las tres "B": bed, bath and bus. Es decir, nos muestra una determinada situación en la que puede aparecer la idea escondida: no nos salía una palabra concreta mientras pensábamos continuamente en ella pero, en la parada del bus, cuando parecíamos dormitar sin centrarnos en nada especial, brota, como una llama y casi sin querer, esa palabra que habíamos perseguido tan fieramente.

Enseñaba también ejemplos de la Historia de la Ciencia. Arquímedes descubrió el principio que lleva su nombre cuando, en la bañera, probablemente no estuviese dirigiendo su intelecto hacia nada en particular. Coucoulé, por su parte, se había pasado horas observando enzimas de benceno para intentar encontrar su estructura sin resultados. Se volvió, se sentó en el sillón y se quedó dormido frente al fuego. En él creyó ver "serpientes" que lo llamaban y, a través de esas "serpientes", descubrió que la forma enzimática era en espiral.

Por lo tanto, quizá, tradicionalmente, hayamos hecho equívoca la verdadera chispa mental. Esto es, hemos creído que la parte cerebral controladora de la inteligencia es la parte esencial para los logros científicos y artísticos. No obstante, a pesar de que la perseverancia en este aspecto nos puede dar interesantes frutos, lo que marca la verdadera diferencia, el salto de lo común a lo extraordinario y trascendental, está en el genio de la emoción. Con el riesgo que ello conlleva:

"La diferencia entre el loco y el artista o el gran científico está en que el primero sólo tiene un billete de ida a la imaginación".