viernes, febrero 02, 2007

Los justos

La rabia y la impotencia a menudo van ligadas. Cuando de la boca de David Barrufet, don David, portero de la selección española de balonmano, salen palabras como "el mayor atraco de mi vida", es fácil comprender que, detrás de las puertas del vestuario, hay una nube, casi sólida, de ira que se queda allí dentro, atrapada, porque no tiene hacia dónde salir. Fuera espera un muro de impotencia imposible de derribar y del que sólo puedes alejarte, transformando tus pasos en olvido.
Pero surgen dudas, planteamientos, temores. Porque pensar es lo único que te queda y te haces lúcido, clarividente: el deporte hace tiempo que ya no lo es. Es otra cosa. Se construyen pabellones que dan cobijo a 20.000 personas, a 20.000 compradores que necesitan un alimento y, a la vez, son comestibles. El parqué de la pista son tablas de teatro y hay actores y hay maniqueísmo, los buenos y los malos. Y hay un sentido y hay unos hilos.
No es probable que derroches tu dinero en organizar un gran evento del que no puedes ser protagonista: la historia se quedaría sin sus héroes. Entonces, aparecen las instrucciones, el juego de las marionetas, tienes que llegar, que manipular para seguir construyendo el argumento.
Pero, a veces, todo esto rebasa la decencia, y el espectáculo que el miércoles se pudo ver en Colonia fue realmente indecente. Es lógico que puedas ver detrás de la puerta del vestuario, y también es lógico que lo hagas más allá del cráneo de los jugadores:
¿Por qué vivir dentro de semejante mentira? ¿Justicia?
El deporte ya no lo es. Los carros de fuego hace tiemo que no arden.