sábado, junio 03, 2006

Morriña de corazón

En esta época solitaria de amores imposibles o de castillos aéreos, una esperanza se ha abierto en mi corazón. Una palabra, el más vago rumor me ha roto las costillas y me deja anhelante: es posible que TVE se decida a comprar la sexta temporada de "Las Chicas Gilmore". Aferrarme a una ilusión muy débil es lo único que me queda, si quiero reencontrarme con esa extraña forma de amor que tenía suspendido en la serie.
Lorelay y Rory, simples personajes televisivos, llegaron a convertirse en el último año en las mujeres de mi vida. Admiraba toda esa forma de ser escondida detrás de unos brillantes ojos azules: la locuacidad, la picardía, el ingenio, la locura. Las quería, sinceramente o con toda la fuerza de mi imaginación, que me permitía amar lo intangible. La empatía forjada en lo cotidiano, en el día día, me hacía desearlas, desear la mañana siguiente para volver a encontrarlas ahí, donde yo mismo me topaba con un fragmento de felicidad.
Pero ellas eran simplemente el sol de todo un sistema de secundarios por los que expresabas distantes sentimientos de apatía, aprecio, compasión y rabia, desde el camarero Luke -quién fuese tú- al saltimbanqui Kirk. Parecía que movías los hilos de todo un pueblo o, quizá, era un anverso, y todos tus hilos los manejaban ellos.


Sólo sé que entregaría mi fe únicamente por ver qué sigue al último capítulo que vi, el mejor de las cinco temporadas. Volver atrás y descubrir lo que fui: una persona capaz de querer sólo con la ilusión.