miércoles, julio 19, 2006

Juegos prohibidos

No contar con ordenador sano y que la Biblioteca no tenga, por espacios semanales, conexión a Internet, son dos escollos insalvables -¿sabréis perdonarme?-.
Sorprendente, o más bien no, este titular encontrado de buceo por la red. Y es que las instituciones intangibles cada día más pierden su vigor, dando paso a una forma más inteligente de vivir.
El matrimonio es algo que me aterra. Se me antoja un invento cristiano para garantizar la supervivencia moral del hombre y, más al fondo, un pesado suplente: como diría Pushkin, la costumbre es el mejor -o al menos el único- sustituto de la felicidad.
Cambiar cónyuges como cromos porque las personas, en realidad, no se aman sino que se adhieren por tiempo indefinido, esto es, hasta que la paciencia no estalle. Quizá sea de esta opinión porque creo en el amor eterno, pero no en el amor eterno entre dos personas. Es más, rácano-avaro como soy, por mucho ingenio exprés que me apoye en mi separación, romper una relación marital se me presenta como un gasto profundo que bien puedo prevenir.
A este paso, arreglar divorcios será un negocio multimillonario y, como suban los precios, al final todos nos convertiremos en vieneses que sueltan esa típica frase austríaca:
"Divorcio nunca, asesinato quizá".


Rellenad vuestros bolsillos si no queréis vivir en pecado.