lunes, julio 03, 2006

No leáis esto

Otra vez, otra pero la misma, el ordenador de mi casa, esa estúpida máquina que decora un pequeño rincón, ha fallado y me ha desterrado a la Biblioteca de Redondela, donde cualquier discurso está cronometrado y no hay tiempo para la inspiración.
Cuando me enfadé, esta mañana, con el ordenador, me di cuenta de lo imbécil que soy y, por extensión, de lo imbéciles que somos todos nosotros. Nos hemos convertido en personajes repetidos, en títeres que se dejan morder por la realidad. Cada vez más, nos tragamos nuestra inocencia por crecer y eso, queridos amigos, nos quita la sencillez de ser felices: reír antes era simplemente esto.
No es que seamos ambiciosos, creo en el hombre ambicioso, en la voluntad de poder, en el deseo de querer ser más de lo que se es. El problema más profundo es que nos transformamos en avaros. Nos colmamos de preocupaciones y, al fin, nos desbordamos en lágrimas. Necesitamos construir sobre la base de objetivos parciales y escribimos la obra reimpresa: trabajo, casa, coche, cuenta, pareja, hijos, dejarse ir.
Y lo triste es el camino, todos nuestros ojos tienen la misma senda. Vamos acumulando y más es menos. Cada cosa es un conflicto, una disputa de a uno o de a dos y, en el fondo, la vida es una caída hacia la melancolía. Lo sabemos e intentamos no verlo, presentizándonos, mas al tiempo que hacemos los mismos planes de futuro.
Sobrevivir, porque no podemos hacer más, no aspiramos a más y no tiene sentido. Sólo cercarnos de cosas sin valor nos llena: nuestras torres de monedas apiladas, cada vez más altas y más robustas, nos dejarán en la penumbra y, después de todo, nosotros mismos seremos únicamente una sombra. Envejecer, morir, medianamente felices, mirando atrás y rescatando las alegrías puntuales.
Rodearnos de nada. ¿Es que no nos damos cuenta de que el mundo es un inmenso vacío, de que todo es una mentira, una palabra sin boca? La realidad es una farsa gaseosa, que puedes cruzar con los dedos o soplarla haciéndola volar lejos. Regodearnos en nuestro teatro predestinado, eso es lo que nos gusta: no dejo de pensar que somos la especie absurda.
Súbamonos al carro de lo escrito y acostémonos exhaustos después de una jornada sin provecho. Vaciémonos, sanguijuelas de nosotros mismos, y al final intentemos encontrar lo que desde un comienzo hemos asesinado. Los imbéciles a sabiendas, la lacrimógena historia occidental.


Quién fuese mariposa o, al menos, luciérnaga...