lunes, febrero 26, 2007

Premios y/o reconocimientos

A menudo, la cota que marca la genialidad de un artista es el éxito. El mismo Billy Wylder dijo una vez que lo importante en un director de cine no es su habilidad, sino su calado en el público: si te ganas su confianza, se acaban los obstáculos y simplemente tienes ante tus dedos la libertad del arte. En caso contrario, son muchas las puertas que se cierran.

Pongamos un ejemplo esclarecedor: Orson Welles. Si repasamos la Historia del Cine, son pocos los nombres que han brillado con una luz tan intensa. Y, no obstante, ¿qué nos ha sido legado? Tan sólo la punta del iceberg, la minúscula cumbre emergente. Cuántos proyectos han quedado solitarios en la mente del creador, que no gozaba del suficiente respeto publicitario como para ser independiente. La mitad de sus proyectos, y quizá los más personales, murieron como ideas estériles.

Pero este argumento tiene todavía más caras, y de ellas tenemos un claro espejo en la última edición de los Oscar. Con demasiada frecuencia tendemos a valorar la calidad de las películas por la cantidad y el prestigio de los premios alcanzados y, del mismo modo, no sólo nuestros gustos se adhieren a esta elección sistemática, también la propia memoria se sujeta a estas eventualidades.



Por esta razón, es, en parte, triste, que Scorsese haya ganado un Oscar por "Infiltrados". O, más que triste, injusto. Porque es injusto que el primer recuerdo que tengamos de él sea este, porque cojea la lógica al pensar que después de haber creado una larga lista de obras maestras, al final, vayamos a volver atrás con sólo un título exitoso en las retinas. Estuvo a punto de suceder con "El aviador", otro buen título, aunque no con el que merecer ser recordado para siempre.

Si los premios marcasen el valor, Lorca, Kafka o Joyce deberían haber sido destruidos, porque su talento oceánico ni siquiera alcanzó un Premio Nobel, y nuestra memoria, desgraciadamente, se mide por grandes triunfos.

Que el arte mida al arte.