martes, marzo 11, 2008

Los confines de la música

Desde este sábado he tenido que aguantar la perorata de los defensores de la excelencia musical. Desde este sábado llevo oyendo redundantes argumentaciones -como ecos, vacías- acerca de la presente edición del Festival de Eurovisión y, evidentemente, de la representación española.

Ridículo, vergüenza ajena, denigración, etc. son los calificativos que los partidarios de la radiofórmula aplican sobre nuestro muy querido Rodolfo Chikilicuatre. ¿Cómo es posible que alguien así participe en un certamen que es espejo de la cultura musical de un país? ¿No somos ya lo suficientemente patanes a ojos de Europa como para regodearnos en nuestra propia rusticidad?

Claro, tienen razón. Nada se les puede refutar a estos melómanos. Es más, nada se le puede refutar a un Festival de Eurovisión que, año tras año, saca a la luz actuaciones que pondrían los pelos de punta –de placer- al mismísimo Mozart, ya de por sí poco extravagante.


Porque, es cierto, la música ligera, o comercial, roza lo sublime. Y la española, in crescendo. Primero, si mandamos a una flamenca descalza, es arte, pero los resultados son terribles. Segundo, enviamos a un saco de patatas con un chorro de voz canturreando spanglish y con púgiles pegando al aire: fantástico. Es que todo esto es profundísimo, como los puestos que normalmente alcanzamos, el del año pasado casi insuperable.

Entonces, qué sucede. Esto es como el fútbol: joga bonito o títulos. Obviamente, si analizamos los últimos vencedores del concurso, es fácil deducir que cada año pesa menos la calidad de una canción –dónde estaría Francia ahora- y sí, en cambio, el espectáculo. Letonia, Turquía o Finlandia ganaron siguiendo esta receta.

Concluyamos. David Civera con guitarras enlatadas no es música, nada en Eurovisión lo es. No admite críticas lo que, per se, pretende ser lo que es: el chiki chiki es un producto de humor, a eso aspira. Creer hacer música y criticar al resto, es pura hipocresía o, más allá de eso, ignorancia.

Pero dejemos que pase el tiempo. A ver quién gana –y al final ríe-: los músicos o los cómicos.