martes, julio 08, 2008

Yo estuve allí

Tener el don de la oportunidad es algo acerca de lo que conviene preguntarse de vez en cuando. A veces, por muy razonables que nos pongamos, por muy científico que sea nuestro acento, hay cosas inexplicables, meigas, que suceden para bien o para mal.

Este domingo, vapuleado de nuevo por otro fracaso en la búsqueda de empleo, me vi -al menos yo creo que inintencionadamente- en Wimbledon. Es decir, estaba allí casi apenas recordando que se jugaba la final(ísima) entre Federer y Nadal. ¿Por qué no darse una vuelta luego de malgastar tu dinero en el transporte, otra vez?

Evidentemente, un parado como yo no puede permitirse el lujo de acceder a Centre Court. Eso sí, estos ingleses, que muy de vez en cuando piensan y, al tiempo, son generosos, colocaron pantallas a través de las cuales los humildes hombres de a pie -entre los que no puedo dejar de incluirme- pudimos disfrutar del partido.


La sensación fue aplastante. No sólo por el juego en sí, épico, interminable, angustioso, inolvidable; no sólo porque Nadal ganase al mejor ahora y siempre; no sólo porque "estabas" dentro de la pista escuchando los gritos de "Ua-fa, Ua-fa!". El sentimiento de la Historia, sobre ti, era lo más escalofriante.

Contar, lo que sólo las palabras van a ser capaces de hacer, años después, esta pequeña historia dentro de una mucho más grande, es, sencillamente, un regalo. Londres, por momentos, te da lo que tantas otras veces te quita.

Gracias.


Postpost: Pero no empecemos de nuevo con la irrisoria ilusión del eterno perdedor.