viernes, marzo 28, 2008

Amor y opinión pública

Desde hace tiempo, los Elíseos ya no son lo que eran. O, ciertamente, sí lo son, pero ahora con las puertas abiertas. Quiero decir que el historial amoroso de los presidentes franceses es hijo ilegítimo de la Iglesia católica, aunque no siempre en voz alta: desde el hierro y el proteccionismo de De Gaulle hasta SuperSarkozy, pasando por los deslices o el Desliz, con mayúsculas, de Mitterrand.

El problema está en la ética y los límites de lo privado y lo público. ¿Hasta qué punto es libre un representante del gobierno? ¿Cuál es el precio de la libertad de un líder? En este sentido, sería interesante conocer la opinión actual de nuestros vecinos acerca de los movimientos amatorios de su presidente. Bien es cierto que el hecho de que aparezca en las portadas de los periódicos más por razones rosas que políticas empieza a desgastar su imagen entre la masa de compatriotas. Pero eso desvía nuestra argumentación.

¿Quién es el verdadero culpable aquí? ¿Sarkozy, por su extravagante amor, o la prensa, por la cizaña? Se trata de una cuestión de amor: el amor por Carla Bruni es relampagueante, fugaz y, aparentemente, inestable. Aun así, es amor. ¿Es que no está permitido amar? ¿Sería mejor continuar en la brecha con su anterior esposa habiéndose convertido ya esa brecha en abismo? Más bien, eso sería hipocresía.


De todos modos, hay otra hipocresía todavía mayor. Como individuos, como pueblo cotidiano, aceptamos rupturas estrafalarias de parejas y nuevas relaciones, con algún sobresalto pero, al final, con normalidad. Ahora bien, cuando se trata de un gobernante, la cosa cambia. Queremos parejas tradicionales porque creemos que eso es la estabilidad: ¿cómo va a dirigir a un país si no es capaz de dirigir a su familia? Lo que no nos preguntamos es si esa estabilidad, si esa permanencia de la familia se mantiene a través de la mentira.

Ése es el verdadero asunto. Yo prefiero un amor capaz de sobreponerse al rodillo de la opinión pública. Quiero a alguien que no mienta, sino que ame por encima de todas las cosas. Un presidente amante. Y lo grito:

¡Viva Sarkozy! ¡Y viva su Primera Dama, arrolladora a su paso!