miércoles, abril 12, 2006

La lógica religiosa

Después de dos milenios de mentiras evangélicas y de popes descerebrados, inútiles palabras vacías desde la torre de marfil, un profesor inglés se dignó a aplicar la lógica a la cuestión religiosa, adornándola de una elegancia que lo han convertido en un autor meritorio. Sino talentoso, al menos, inteligente. Se llama, o se llamaba, C.S. Lewis -no confundir con el padre de "Alicia en el país de las maravillas"- y hoy lo conocemos, principalmente, por ser el autor de "Las crónicas de Narnia", uno de los últimos clavos ardientes a los que se ha sujetado Disney para seguir masacrándonos con plagios especulares -"Salvaje" y su sutil semejanza a "Madagascar"-.
Este hombre, el más fiel seguidor del decadentismo y del ateísmo, cae en el ecuador de su vida en un profundo cristianismo. El amante de Oscar Wilde, de Hegel y de Marx se adentra en la figura de Jesús y, con un salto impreciso, se convierte en adepto de su causa. Era el más difícil todavía, pero su modo de pensar, su actitud intelectual, le prepararon el camino para esta brusca transformación.
No caí en la trampa, ni caeréis vosotros, sólo quiero mostraros cómo sin utilizar el fácil argumento de la fe, una persona hábil puede defender su doctrina con una postura sólida y original, lejos de toda parafernalia metafísica:
"Si Dios fuera bueno y todopoderoso, ¿no podría impedir el mal y hacer triunfar el bien y la felicidad entre los hombres? Un mundo donde el bate de béisbol se convirtiera en papel al emplearlo como arma, o donde el aire se negara a obedecer cuando intentáramos emitir ondas sonoras portadoras de mentiras e insultos. En un mundo así, sería imposible cometer malas acciones, pero eso supondría anular la libertad humana. Más aún, si lleváramos el principio hasta sus últimas consecuencias, resultarían imposibles los malos pensamientos, pues la masa cerebral utilizada para pensar se negaría a cumplir su función cuando intentáramos concebirlos. Y así, la materia cercana a un hombre malvado estaría expuesta a sufrir alteraciones imprevisibles. Por eso, si tratáramos de excluir del mundo el sufrimiento que acarrea el orden natural y la existencia de voluntades libres, descubriríamos que para lograrlo sería preciso suprimir la vida misma".
Dios no existe porque su bondad impediría el mal... si el mal no nace, no somos libre de pensar u obrar. Dios significa nuestra libertad, no está mal pensado. Aunque admitamos un error, es el argumento más pródigo que he escuchado jamás en las bocas de la Iglesia. Y, por ello, merece mi curiosidad.