viernes, abril 14, 2006

Terry Giliam y "Brazil"

Aun a riesgo de ser redundante.
No puedo evitar, después de más de dos intensas horas en la madrugada de ayer, hablar de "Brazil" de Terry Gilliam. Porque llegó en el momento preciso, perfecto, a mi vida, de modo que he podido disfrutarla en toda su esencia, encontrando lo que buscaba, inspirándome hasta la raíz, adhiriéndola a mi memoria. La sorpresa producida -o anhelada- fue enorme y se ha convertido, sin duda, en una de mis más gratas visiones de los últimos años.
Es una de esas películas difícilmente clasificables, sin fronteras de género (he leído "comedia", "drama", "fantástica", "ciencia ficción"... yo lo dejaría, simplemente, en "distopía"), de culto profundo, que amas u odias sin indiferencia, que te marcan para bien o para mal. Mi impacto personal viene, en primer lugar, por frescura, pero pronto encontré los ingredientes que despiertan mi admiración:
-Terry Gilliam. Poco o muy poco he conocido de este hombre, aunque siempre grato. De la cantera de los "Monty Phyton", geniales, pronto se desgajó del grupo para iniciar su carrera personal como director, con unos principios de autor muy marcados: barroquismo visual, lucidez de la locura -el hombre entre dos mundos- y teoría de la conspiración, de la rebeldía. Crea, entre otras, "El rey pescador" y "12 monos", la cual, a pesar de Bruce Willis, me causó una grata impresión y me contagió de la forma de trabajar de Gilliam. "Brazil", siguiendo una intuición, probablemente sea el cénit de su estilo.
- La literatura. Caminando por el argumento, la estética y los sentimientos no puedes evitar pensar en dos grandes obras maestras: "1984" de Orwell y "El proceso" de Kafka. Encuentras la misma angustia de Winston o Josef K, la misma escalera funcionarial, la misma predestinación, la misma deshumanización, la misma opresión y vacío y la única forma de libertad posible: los sueños. Dos personajes rebeldes que, como Sam Lawry, el de "Brazil", osarán enfrentarse al sistema por una nueva realidad. Por afinidad con Orwell y, todavía más, de amor a Kafka, no puedo sino admirar esta película.
- La imaginación. La capacidad de construir un universo, retrofuturista en este caso, con todos sus peones, sus escalones, sus máquinas y sus mentiras, a pleno detalle, es digno de mérito. Evoca tanto que atrapa, sacando lo más hondo de nuestra mente.
- La perfección. Salvando las distancias, para no herir a nadie, hay un ánimo personal de Terry Gilliam por construir una obra original. Sus planos, su puntillismo y su óptica le hacen diferente y recuerdan, por el trabajo bien hecho, a Kubrick, con toda la carga que eso conlleva.
Si a todo ello le sumamos un cameo grandioso de Robert De Niro, el plato es exquisito, aunque para gustos hay sabores y colores. Mi empacho fue memorable, juzgad vosotros con vuestro paladar.
Postpost: Gracias, Paulino, por prestarme esta película que tan poco te gustó.
Postpostpost: No puedo ver esta imagen del artículo sin recordar a Alexarnder DeLarge en "La naranja mecánica". ¡Qué grandísimas ambas películas!
Postpostpost: Espero, querido Pastor de Guam, que esta entrada tenga los párrafos suficientes para su agrado. Un saludo, fiel comentador.