viernes, marzo 24, 2006

Pan y circo

Cuando la estupidez sube, toma lugar y contempla todo, el peligro cae como una lluvia de piedras. Ayer, otra noche pero la misma, un encuentro de fútbol fue suspendido por el árbitro, que entendió que el espectáculo ya había terminado. El deporte había dado paso a la violencia, minoritaria o no, de los imbéciles que brotan, cada vez más frecuentemente, de nuestra fértil sociedad regada con alcohol.

Atlético de Madrid y Sevilla disputaban un juego limpio, pero todo se truncó. Marcaron los andaluces –los yonkis gitanos, según parte del público- y se desató el vendaval: volaban los objetos desde las gradas, afortunadamente sin puntería, y de la hierba se recogían botellas de whisky con su sello de locura. Todo ello partía de un enfado general contra el colegiado, por haber dado validez a un gol que sí era legal. Por supuesto, la mecha de los violentos corre y se enciende rápida, la injusticia no podía quedar impune. Y allí, el dejá vu.

Monedas, mecheros, botellas de vidrio duro y pesado, que pueden matar, son las palabras de los descerebrados que llenan los campos. No hay cántico, no hay silbido, no hay ola, no hay celebración: hay odio vergonzoso. El verdadero peligro del deporte no es que se haya mercantilizado (o quizá sí, cuanto más alta es la torre de dinero a la que subimos a las estrellitas, más legitimada está la hipérbole), sino que ha dejado de ser simplemente eso, deporte, para convertirse en circo.

Pan y circo es la excusa de los asesinos, del cuchillo penetrante que mató a Aitor Zabaleta, de la patada que reventó el hígado de un hincha del Compos, de la vorágine que aplastó a medio centenar de seguidores italianos. Es la fiebre de un sentimiento, la pasión por una entidad “Atlético de Madrid”, un símbolo que apenas existe, tan frágil como la supervivencia de ese nombre pronunciado en el aire pero, ¿qué importa?

Dejemos que la forma sangrante de unos pocos les dé todo el poder decisorio. Dejemos que el racismo y el rencor se expandan, que los radicales se inmunicen tras sus pancartas –no los toquemos, aman tanto al club…-. Dejemos que España sea, al fin, como Argentina, donde cada domingo morían jóvenes apuñalados en los estadios, tal es la muerte noble que proporciona la rivalidad. El dolor como costumbre, ¿no es la mejor forma de no temerlo? Bajemos el pulgar delante de los jugadores, la gloria alcanzada a base de palizas, ¿es eso lo que queremos?

Si Eto’o abandona el Coliseo, yo le seguiré, porque soy deportista, no gladiador. ALTIUS, CITIUS, FORTIUS.




Postpost: En cuanto a lo de reanudar el partido, vagancia incongruente.