sábado, marzo 18, 2006

La verdad en el modo más crudo

Desde siempre he sentido curiosidad por comprender el dolor de los deportistas en las grandes lesiones. Quería saber qué fuerza los impulsaba a gritar de esa manera, qué se escondía detrás de esos tobillos, esas rodillas que se doblaban como papel al viento, leves, flexibles. Pero, sobre todo, deseaba encontrar la razón que justificase una acción que me parecía enteramente ridícula: ¿por qué los jugadores, cuando reciben un fuerte golpe, se llevan las manos a la cara en lugar de al punto atacado? Evidentemente, esperaba hallar las respuestas a mis enigmas en la distancia.

Sin embargo, la fatalidad me ha llevado a golpearme de frente contra la verdad. Ayer, durante el entrenamiento, sufrí una de esas inverosímiles lesiones que, superando los límites de nuestra grima, contemplamos en la televisión con los párpados en media asta. Me refiero a esas increíbles torsiones de músculo y hueso, la pierna en V o en parodia de la niña de “El exorcista”, que no alcanzamos a entender cómo se producen. Ahora, por desgracia, conozco el porqué: por gilipollas.

Porque no hay nada más gilipollas que ir corriendo y, sin razón aparente, provocar una consecución de cataclismos físicos: el pie resbala y transporta al cuerpo pero, de repente, se ancla al suelo y toda la masa, despistada ante este cambio en la coreografía, sigue el ritmo de la inercia. El resultado es que el tobillo se pliega de tal modo que desplaza el arco del pie hasta la frontera de la canilla. Y, en ese último instante, un sonido crujiente que sube desde el hueso. Como si todo el movimiento hubiese sido un aplauso de pierna y pie.

Creo que lo más doloroso de todo no fue la rotura en sí, sino contemplar cómo el pie desaparecía tragado por la baja pierna. Eso, antes de que el dolor llegase, me previno del sufrimiento que iba a padecer. De hecho, mi primer grito se produjo antes de que el estímulo propiamente dicho se hubiese cerrado. Luego ya habría tiempo para acompasar los berridos.

Los exabruptos siguieron una línea escatológica y religiosa. Se iniciaron con una súplica a los cielos: “¡Dios!”; que no obtuvo respuesta, por lo que el rencor habló hacia lo divino como totalidad: “¡Me cago en Dios!”; para luego descender hacia la carne del Padre: “¡Me cago en la hostia!”. Por último, el griterío se volvió profano con una retahíla de “mierda”, “joder” y “¡aaaahhhh!”.

Mas, ¡ah, grandioso momento! ¿Qué es lo que sucedió con mis manos, a dónde se dirigieron? Era necesario estar atento al origen mental de cualquier movimiento para descubrir uno de mis mayores misterios vitales. Primero, se deslizaron hacia la parte acuciada pero no tardaron en volar al rostro. “¿Por qué?”, me preguntaba. ¿Era algo que hacía inconscientemente empujado por la costumbre de una larga exposición televisiva? Mi respuesta personal es esta: necesitaba taparme los ojos y la boca, incluso morderme las manos para, tal vez, huir de aquella forma de dolor. Incluso con mística se me pasó por la cabeza la imagen de Julio César mordiendo un palo durante un ataque epiléptico. La agonía alucinógena de un llorón.

Todo terminó en una nube solidaria de jugadores asustados por la escena: “Pablo, ¿estás bien? Joooooder…”. “Tranquilo, no pasa nada” (obsérvese la terrible contradicción existente ente el “jooooder” y el “no pasa nada”). “Quitadle el calzado”. “Levanta la pierna, ¿te duele?” (noooo, qué va, estoy pensando en hacerme lo mismo en el otro tobillo, por el simple goce de entregarme a la simetría). “Traed hielo”. “Venga, un rato a la banda y que entre otra vez” (¿pero a qué hora llegaste tú, chaval?). Sumido en unas molestias horribles y, tal vez, para huir a un mundo feliz de buen humor, yo no paraba de gritar: “¡Morfina, morfina! ¡Traed morfina!”. En fin, un cuadro surrealista de final indeseado: adiós a la temporada.

Por eso todo este relato, espero que os sirva como referente para entender el sentir de la pierna que se parte por la mitad o el interrogante de las manos que no se dirigen al dolor, sino a las lágrimas. No busquéis más una experiencia personal.


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