domingo, abril 30, 2006

El deseo y el número

Hombres y mujeres llevan milenios buscándose y años, minutos o segundos encontrándose (también hombres-hombres y mujeres-mujeres que omito, no conviene alargarse). El sexo es un estado físico que acometemos en serio o medio en broma, pero que siempre escribimos con mayúsculas.
Es irónico pensar que somos fruto del deseo y que, en ocasiones -la mayoría-, nos comportamos con una frialdad racional irreconocible. Caemos de la inocencia, perdemos las alas y maduramos. No volvemos a ser los mismos y nuestras relaciones físicas, por mucho que nos busquemos a nosotros mismos, por mucho que nos entreguemos a la psiquiatría, no serán el juego curioso y libre, desvergonzado, de la juventud.
No haremos el amor en las alamedas, en el portal de casa, en el techo descubierto de un edificio, en el baño de un avión. Cada vez más seremos matemáticos que buscan la combinatoria perfecta, que se enfrentan a las estadísticas para buscar su excitación. Nuestra cama será la cárcel de nuestra imaginación, las sábanas los barrotes que encierran la vergüenza de nuestra desnudez. En ese momento, el sexo dejará de ser orgánico para convertirse en mental. Y nosotros ya no seremos los niños trémulos.
Los números dicen que el hombre alcanza su punto sexual álgido a los 22 años, el resto es una caída más o menos inclinada. Esta mañana, la mañana en que cumplía los 23, me desperté con una erección que duró cerca de una hora. En el umbral de una nueva efeméride, esa erección era el símbolo de mi resistencia al porvenir. Y de que no he crecido.
Nunca dejemos de ser niños, porque la inocencia es el camino al cuerpo.
Postpost: Dedicado a todos los que hemos hecho el amor en público.