jueves, abril 20, 2006

Toma nota, Stravinsky, carcomido por los gusanos

Reconozco que la primavera tiene unos ingredientes teóricos apetecibles: el gris cae a lo luminoso, los días se alargan, las flores y los niños brotan en las alamedas, el corazón (yo lo dejaría en "las hormonas") resucita, la ropa de las mujeres se hace más escasa, etc. Sin embargo, cuando eres alérgico al polen, toda esta fantasía multicolor se convierte en infierno.

Es cierto que la sangre se altera, pero veamos de qué modo. Qué delicia, los rayos del sol penetrándote la pupila en un amor ciego, las flores mecidas por el viento, suaves y paralelas, impregnando la atmósfera de sus semillas que devoras en una espiral de respiración. Lo sientes en la nariz, en el paladar, en los oídos, en la garganta, en el lacrimal: la primavera ha llegado, qué festival para los sentidos.

El día se transforma en una resistencia continua. El estornudo es tu enemigo, no puedes caer en sus redes. Es preferible arrastrarte en una jornada de lágrimas que rendirte, los ojos son más sufridos y soportan mejor el que no pares de llorar por la alergia, pero el aparato respiratorio no aguanta una batalla venial. Sobe todo si, como yo, cuando empiezas a estornudar no te detienes.
Este jueves fui al médico a revisarme el tobillo malherido. En la sala de espera, noté como el picor me crecía y recorría, en un preludio de explosión volcánica. Para evitar el estallido, pensé en aplicar la SOLUCIÓN FINAL, AUNQUE NO DEFINITIVA (definitivo sería el suicidio), que consiste en aspirar con intensidad agua por la nariz hasta que aprecias un pinchazo cerebral en la zona occipital. Te sumes en el dolor y, durante dos horas, no sientes la tentación de estornudar.

No tuve esa oportunidad. Abrí la boca, transido por el aire envenenado, y lancé mi primer estornudo, un estornudo personal, pleno de mi sello íntimo: estentóreo, abrumador, libre, proyectado como un trueno de Zeus. La señora de al lado casi se cae del asiento por el susto, pero no tuve piedad. Dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... lleno de fuerza, no paraba.

Una persona racional, al acumular trece estornudos, opta por abandonar la habitación en la que se encuentra. Yo, en cambio, me lancé desnudo al rídiculo. Sin dejar las expectoraciones, me coloqué de pie en el centro de la sala de espera. Como una soprano entregada, aumenté el poder de mis estornudos (¡fa sostenido, la bemol!). Acompasaba con gestos cada eclosión: la mano en el corazón, la mano extendida, los brazos en cruz, la mirada al cielo. Andando de un lugar a otro en mi escenario cercado por enfermos, parecía Tamino en "La flauta mágica". Los ojos, mezcla rara de repulsa y admiración, seguían el número operístico sin perder el menor detalle. Tan agradecida era la audiencia.

Después de dos minutos intensos, el aria finalizó como un pesado silencio. Uno de los niños que allí se encontraba empezó a aplaudir, acompañando las palmas con bravos intermitentes. Se unió su madre y, poco a poco, todos los lesionados y griposos dedicaron sus aplausos. Brindando las gracias, inclinándome emocionado, volví a sentarme. Estaba llorando, pero era un estado alérgico.

Esa, y no la de Stravinsky, había sido la verdadera consagración de la primavera.

Postpost: Fábulas como esta son las que hacen que me plantee la SOLUCIÓN DEFINITIVA, pero me mantengo firme porque sumo afinidades en el peregrinar a House: ambos somos soberbios cojos y alérgicos de ojos azules. Y no nos afeitamos.