sábado, abril 22, 2006

Un artista del hambre

Y transcurrieron muchos días, y también llegó el final. Una vez le llamó la atención la jaula a un guarda, quien preguntó a uno de los mozos por qué se dejaba allí esa jaula tan útil con paja podrida en el interior; nadie lo sabía, hasta que con la ayuda de la cifra en la tabla se acordaron del ayunador. Removieron la paja con un palo y lo encontraron.

-¿Sigues ayunando? -preguntó el guarda-, ¿pero cuándo vas a dejarlo?
-Perdonadme todos -susurró el ayunador.

Sólo el guarda, que mantenía el oído pegado a la jaula, lo entendía.

-Por supesto -dijo el guardia, y se llevó el dedo a la sien para aclarar al personal el estado del ayunador-, claro que te perdonamos.
-También quería que admirarais mi ayuno -dijo el ayunador.
-También lo admiramos.
-Pero no debéis admirarlo -dijo el ayunador.
-Bueno, entonces no lo admiramos -dijo el guarda- pero, ¿por qué no íbamos a admirarlo?
-Porque estoy obligado a ayunar, no puedo hacer otra cosa -dijo el ayunador.
-Pues mira qué bien, y ¿por qué no puedes hacer otra cosa? -preguntó el guarda.
-Porque -dijo el ayunador, levantó un poco la cabeza y habló con los labios ligeramente fruncidos, como para dar un beso, junto al oído del guarda, para que no se escapase nada-, porque yo no he podido encontrar una comida que me guste. Si la hubiera encontrado, créeme, no habría tenido el más mínimo miramiento y me habría puesto morado como tú y todos.

Ésas fueron sus últimas palabras, pero en sus ojos rotos aún se podía vislumbrar el convencimiento fuerte y orgulloso de seguir ayunando.

-¡Ahora ordenad todo esto! -dijo el guarda, y enterraron al ayunador con la paja. En la jaula metieron a una joven pantera. Era todo un descanso, hasta para los sentidos más embotados, ver cómo ese animal salvaje se revolvía en esa jaula tan triste. No le faltaba de nada. El alimento, que le gustaba, se lo traían los vigilantes sin pensar mucho; ni siquiera parecía echar de menos la libertad; ese cuerpo noble, dotado de todo lo necesario para desgarrar, parecía portar la libertad en su interior, parecía ocultarse en algún lugar de su dentadura; y la alegría de vivir salía de su garganta con tal ardor que los visitantes apenas podían soportarlo. Pero lo superaban, rodeaban la jaula y no querían moverse de allí.

Franz Kafka, fragmento de "Un artista del hambre".
Bienaventurados o desgraciados todos los que comprendan estas palabras, porque saben que no podrán huir de ellos mismos.