miércoles, abril 19, 2006

Individualidades

Ahora está de moda ser nación, o entidad nacional, o realidad nacional, o comunidad nacional, o nacionalidad. Los catalanes, pioneros inteligentes -pantumaca, fuet...-, dieron el primer paso para una carrera de méritos con la que apellidar tierras, si bien la nebulosa nominal no la disipan ni preámbulos ni zapateros. En el clima reivindicativo, los gritos se escalonan y el de atrás siempre quiere encaramarse a la protesta del precedente, como un niño pequeño que ansía los logros de su hermano mayor que, por edad, goza de nuevos privilegios.

Los andaluces, dicen por ahí, son una nacionalidad. De acuerdo, ¿qué significa el término nacionalidad? Una serie de argumenteos históricos y culturales: desarrollo dentro del conjunto del Estado, patrimonio y, no certeramente, lengua propia. De toda la vida, los andaluces han conservado en sus fronteras un idioma intransferible y personal, plasmado en una literatura sólida (las pancartas de los seguidores del Cádiz), un refranero popular (viva er Beti manque pierda) y unos cánticos costumbristas (opá, yoviazé un corrá).
La excusa perfecta para abrir una mano anhelante: si los catalanes son libres, chupan y reciben elogios, ¿por qué no nosotros? Evidentemente, tal y como se presentan las cosas, están en su derecho y hacen bien en no desaprovechar la ocasión reivindicando unas exigencias. El efecto es saludable y, en aparente contradicción con el tono anterior, quizá lo sea más la causa.
En el momento en que la globalización nos devora, el espíritu local parece ser el escudo de los pueblos. Cuanto más cercano es el orgullo, más fuerte se vuelve la resistencia: no soy español, soy gallego; no soy gallego, soy pontevedrés; no soy pontevedrés, soy redondelano; no soy redondelano, soy de Reboreda... Toda una dispersión o, más bien, individualización que nos convierte en tú, él y yo.

El Partido Popular ha querido zancadillear el estatut para salvaguardar la unidad de España, buscó anteponer un sentir estatal a los caprichos regionales, porque sólo con una conciencia global se evita la desintegración de un país... A mí no me resulta indignante o antipatriótico que cada comunidad exalte su honor próximo, sus tradiciones, e intente defenderlas. Más que la destrucción de un estado, lo que se promueve, en el fondo, es su propio enriquecimiento, al mostrar todas las particularidades que lo componen.

Si aplanamos el relieve cultural de España, con vistas a conformar un ánimo verdaderamente hispano y una unidad inquebrantable y constitucional, estaremos purgando la libertad de una sociedad heterogénea y, más aún, facilitaremos el tránsito de la vorágine de la globalización. Como un rodillo que no encuentra asperezas, la transnacionalización nos pasará por encima porque vive de la homogeneización, y ese es su objetivo o consecuencia final: planeta Tierra, mar en calma.

Mientras un pequeño grupo de personas se dedique a proteger sus singularidades, nunca olvidaremos que somos redondelanos. Tal vez así encontremos una persona al mirarnos en el espejo, cuando la Economía se haya tragado todas las fronteras.


Postpost: Si una región en España se merece el calificativo de nación, esa es Asturias, patria querida, el resto es tierra reconquistada. He dicho.