sábado, mayo 20, 2006

El personaje

Segunda jornada sexual, en la que nos detenemos en la figura de un personaje crucial: el marqués de Sade.
Sade es una de esas personas históricas rodeadas de una oscura leyenda, sobre la que tememos adentrarnos por miedo ordinario, desconfianza o, simplemente, para mantener intacta nuestra fantasía. No obstante, Sade es un hombre total, capaz de superar su leyenda de modo que, cuando lo estudias como a un igual, te resulta todavía más genial.
Yo lo conocí profundamente, como tantas otras cosas, a través de "El hombre rebelde" de Camus. Allí vi su hondo y revolucionario ateísmo, aunque contradictorio, y en ese punto empezó mi curiosidad. Sade es un ser extraño, molesto y luchador. Niega al hombre y su moral puesto que Dios los niega pero, al mismo tiempo, niega a Dios. ¿En nombre de qué? Como estandarte de un instinto más enraizado y humano, que sobrevive a la decadencia del hombre: el instinto sexual.
Es un deseo total y lleno de la naturaleza, la mejor oposición a Dios, el impulso ciego que nos lleva al anhelo de posesión plena de otro ser -y aquí comienza su peculiaridad-, incluso al precio de su destrucción. El deseo sexual es la fuerza definitiva ("¿Qué son todas las criaturas de la tierra al lado de uno solo de nuestros deseos?"), los personajes de sus novelas, los grandes criminales, se excusan de sus crímenes alegando que están provistos de apetitos sexuales desmesurados contra los que nada pueden.


A partir de aquí, todo vale, por eso los surrealistas lo tomaron como santo patrono: "El ente más libre que jamás haya vivido ". Los crímenes están justificados y eso lo convierte en profesor emérito del Mal. En la cama, el placer se obtiene de cualquier forma y nace la fustigación del sadismo -cosa nada rara ya que con diez años vivía las orgías que su tío sacerdote organizaba en su castillo-.
En "La filosofía del tocador" expresa sus prácticas sexuales y denuncia la hipocresía física de su sociedad, donde el deseo queda reprimido en las formas, atrapando a los hombres en la amargura. Los libres, en cambio, obtienen el placer más íntimo y definitivo.
Esta y otras obras, junto a la sodomización de prostitutas, las perversiones y las blasfemias y profanaciones de imágenes de Cristo, tan sólo cuatro meses después de su boda, le llevaron a pasear su cerebro por multitud de prisiones en toda Francia. Al final, fue condenado a muerte, a que su cuerpo fuese quemado y sus cenizas esparcidas al viento. Huyó a Italia pero las gestiones de su suegra, su enemiga encarnizada, lo obligaron a retornar al país natal. Un hospital psiquiátrico y la cárcel de Charenton serían sus últimos hogares antes de su muerte en 1814.
Queda el recuerdo de un personaje para quien la libertad era el libertinaje, un genio maldito para el que se debía profesar la igualdad, hijo de la Revolución: toda desviación sexual es sinceramente natural. ¿Un asesino, un obsceno o un realista exagerado?