viernes, marzo 10, 2006

Idiosincrasia callejera

Una semana y contando…

Ni Mayo del 69 francés, ni Movimiento Estudiantil de Tinananmen. Para contemplar una única y valiente marea humana juvenil, transida por un mismo sentimiento, nos tenemos que rendir al culto etílico, a la veneración del santísimo Macrobotellón de Madrid. Y es que, como suele ocurrir en este país, el estómago (y la garganta) se ha impuesto como modelo cultural. De este modo, lo que de aquí a una semana suceda, en la noche infinita, marcará un antes y un después en la Historia de España: hemos perdido Madrid 2012, sí, pero ganaremos Madrid 2’012 (cielo santo, tengo que dejar de ver Buenafuente).

Como un sábado de grandes dimensiones, el ritual ubicuo y dionisíaco se impondrá en las miles de personas que colapsarán las calles de la capital. En primer lugar, el Gadis, como un templo anhelante, recibirá a sus fieles para agasajarlos con sus elixires: cartón, plástico y vidrio, la escala de valores en que se mide la borrachera, serán las presas de unos dedos que se enfriarán luego en los cubos de hielo.

Armados hasta los forros, la reunión comienza a tomar formas, sonidos y aromas. Qué bonito verlos vomitar al unísono, qué meadas solidarias –siempre es mejor en compañía porque, como dice el refrán. “Onde mexa un portugués, mexan dous ou tres”- y qué eructo multitudinario, como una gran fosa común, el que se repite en todas las esquinas. ¿Y qué me decís de los depredadores de ocasión? Nunca tendrán una oportunidad mayor de cazar animales: las discotecas tienen un comienzo y un final pero ¿toda una gran ciudad…? Qué sabana de piedra y electricidad.

Y qué banda sonora, como los conciertos al aire libre de Viena, con los chicos del coro en sus oraciones: “¡Alcohol, alcohol, alcohol, alcohol, alcohol! ¡Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual!”. Amén, hermanos. También la percusión martillea y las guitarras ouvean, los Trotamúsicos están lejos de Bremen pero cómo Beben. Hace frío, pero Tonto el Burro se escuda en su “inífuga, tío” y en su novia, hoy más alta que él, pese a la gomina.

¿Qué más da? No sólo los tuneros se expanden en las avenidas. Los universitarios buscan créditos de libre configuración, perdidos en un funcionariado fraternal. Emancipados y ya heroicos, se entregan como niños a los juegos de la noche: “El lolailo”, “Marcianito, marcianito”, “Yo nunca he…”. Ah, pajilleros, las verdades se pagan a cubatas, ahora lo sabéis. El riesgo se traga en vasos de plástico y la sed muere porque todo es bebible, si los grados se acaban “nos beberemos el agua de los charcos”, confiesan algunos a los cíclopes de la televisión.

¿Cómo resistirse no sólo a las cataratas del alcohol, sino a la llamada tan humana de la cadena de internet (fuente: El Mundo)?:

Si rompes esta cadena, te morirás de cáncer y no volverás a follar el resto de tu puta vida.

Si tengo un cáncer, poco tiempo tendré ya para follar. O quizá se refieran a una nueva tipología, el cáncer de castidad. “¿Qué te pasa?” “Me muero, tengo cáncer de castidad” “Lo siento, pasa mucho en los conventos”.

Nuevas patologías o no, la juventud se tajará en Madrid. Los nietos, si el hígado aguanta, oirán el “Yo el vomité en Cibeles” de sus octogenarios, con el orgullo de un cirrótico amarillento que ha aprendido a amar el futuro.

El porvenir nos espera la próxima semana, no le tapemos la boca. Ya lo cantaban Víctor Manuel y Ana Belén:

“Ahí está, ahí está,
viendo ravar a cientos…
la Puerta de Alcalá”.


Posdata: Insisto en la necesidad de que abandone a Buenafuente.