domingo, marzo 12, 2006

Kubrick trascendental

Sólo la más concentrada de las inteligencias, el más perfeccionista de los ánimos, es capaz de las mayores audacias. Al igual que el ingenio de Goya, Miguel Ángel o Beethoven, la agudeza de Stanley Kubrick se encuentra más allá de cualquier época. Su estética -su espíritu, al fin- tiene la fuerza de lo desconocido. Por eso, su labor es el producto más profundo de la creación, cercano a lo que en su día proyectó y anheló fracaso tras fracaso el propio Wagner: la obra de arte total.

¿Cómo ha logrado trascender Kubrick el sueño de Wagner, si éste mismo conocía el camino para alcanzar las estrellas pero se deshizo amargamente en el limbo? El compositor alemán, con toda su furia, con toda su pasión, su amor y su grandeza, se quedó en la superficie del sentimiento, en la palabra de la palabra y en la nota de la nota. El cineasta, en cambio, mordió el interior de las cosas, avanzó ardientemente hasta su alma para darle una luz de sombras.

El ejemplo más claro de esta afirmación lo encontramos en dos situaciones de su película “La naranja mecánica”. Concretamente, cuando se utilizan como fondos musicales (¿se puede hablar de fondo o prominencia cuando música, imagen e intención-latido son la misma esencia?) el scherzo de la “Novena Sinfonía” de Beethoven y la obertura de la “Gazza Ladra” de Rossini.

En el primer caso, Kubrick eleva lo que está preso del poder y la belleza. La propia melodía, y armonía, se funde con lo que estamos viendo, pero no sólo como un simple ejercicio artístico sino como una verdadera manifestación de la cosa misma. ¿Es aquí el director un creador o, tal vez, sólo el vehículo de transmisión, la voz desgarradora de todo un mundo oculto?

En el segundo supuesto, el logro es similar en su hondura. No se trata únicamente de utilizar una música que quede bien, hay que rescatar su expresión más cierta y trascendental. Kubrick conoce a Rossini, conoce lo bufo de sus óperas, pero sabe ir más allá. Bucea y descubre que no existe sólo burla, sino que es más bien ironía, sátira. Y, por debajo de todo ello, todavía más: el hombre enfrentado a su condición estúpida que es su raíz misma. Así, cuando es utilizada esta pieza en la cinta, no es admirable por sonar genial y acompasarse como un metrónomo al movimiento de los frames, es sublime en el momento en que desnuda los objetos, la piel y los huesos para mostrarnos la verdad acerca de nosotros mismos. Porque también somos Alexander DeLarge.


Postpost: Dedicado a todos los sofistas que, como Les, han cerrado sus ojos a la certeza más poderosa por una vida de ciegos sin alma.