sábado, marzo 11, 2006

Corrillo grande, obra menor

Decepción, la palabra que expresa una ilusión rota, es lo que, alrededor de la una de la madrugada, sentimos parejamente mi hermano y yo. Acabábamos de ver “The ring”, título al que nos enfrentábamos con una esperanza forjada a base de secuelas. Los comentarios oídos acerca de esta película invitaban al más firme de los optimismos, y nos dedicamos con entusiasmo a la intriga y el terror (creamos, incluso, ambiente para verla, a lo que ayudó, sin duda, el que mi padre y su incongruencia-falta de misticismo-dificultad para seguir guiones no lineales-predilección por el realismo se quedasen dormidos, tiernamente, con su brillante babilla como rastro de caracol).

¿Cómo expresar la frustración del desengaño? Mi propio hermano, asustadizo, aun tembloroso en algunos capítulos de “Smallville”, se paseó por las dos horas con una actitud somnífera: ni sobresaltos, ni gemidos. Ni siquiera el pasillo oscuro hacia su habitación fue un hombre del saco. En cuanto a mí, gasté vagamente mis energías en implicarme dentro de la historia. Inmunizado como estaba, por el conocimiento de las tramas gracias a la visión previa de “Ringu”, la versión japonesa, no me pude dejar arrastrar y me aburrí sonoramente.

Al menos, como Portugal, siempre nos quedará la señorita Watts. Si en lugar de ella la protagonista fuese Rosy de Palma… ¿qué sé yo? Tal vez, hubiese dado más miedo, pero a un alto precio erótico. Paralela y frívolamente, el tío tampoco estaba mal, pero nunca se debe caer en la tentación de ver una película sólo por la estética de sus actores. Si más allá encontramos nada o muy poco, habremos fracasado como espectadores neuronales.

A fin de cuentas, atravesando un argumento que, en cierta medida, está trabajado, una construcción artística envidiable y una banda sonora al uso, llegamos a una meta bien hecha, pero nada más (está bien, claudicando, “un soplo de aire fresco en esta vertiente del cine”). No podemos procurar emoción o recuerdos. Además, para flirtear con la náusea, cae en los errores –otros llamarán “firma” del género- o topicazos con el don de la ubicuidad: el teléfono como lazo entre el bien y el mal y el enésimo puto niño-ojeroso-con restos de bacilo de Köch en su voz cuya ambigüedad moral lo convierte en arcángel. Personalmente, odio a estos últimos personajillos y sus carreras profesionales. ¡Malditos Joselitos del Teatro Kodak!

La sentencia: una decepción con millones de seguidores. Anda, como Bach.


Postpost: Ahora entiendo, como en un espejo, tu salida del Teatro Principal tras “Ringu”, Fátima.