viernes, marzo 31, 2006

Lolailo

Esta mañana cometí el error de, mientras desayunaba, para combatir el silencio, encender la televisión. Y eso es algo que nunca se debe hacer en España durante la semana, únicamente si estás enfermo, te gustan los niños prodigio –no Mozart, sino Joselito o Marisol- o la música nacional de los años 60 y 70, el western o, finalmente, el tándem competitivo de Campos y Quintana, las diosas de la Aurora, de rosáceos dedos. A no ser que te encuentres en alguna de estas situaciones, por lo cual deberías replantearte tu existencia, tienes que evitar cualquier contacto catódico durante la franja horaria que va de las 11.00 a las 13.00 horas.

Ingenuo, inconsciente, alocado, barriobajero o masoquista, caí en la tentación de apretar ese botón del mando que, como una palanca de cisterna, me transportaría al maravilloso mundo de la escatología íntima de nuestros famosos. En el programa de A(normal) R(emunerada), estaban las gallinas alteradas por los puñales de Noemí Hungría (ex esposa de orientación pansexual de Raquel, concursante violenta de Gran Hermano), quien criticaba a Jorge Javier, ese estupendo profesional, riguroso e imparcial, presentador de “Aquí hay tomate”, por unos comentarios acerca de su actual pareja, Judd.

La pseudonoticia se hallaba en que nuestro amado periodista, morenito y rellenito, como un browny, había tratado de “mujer” al personaje conocido como Judd. Aparecía en la escena de “A tu lado” (oh, Felixuco, llegaste tan alto al techo de “El informal” que rebotaste violentamente hasta lo más bajo) su compañera sentimental, Noemí, la cual defendía que Judd es, en realidad, un “hombre”, o, al menos, según mi interpretación personal, a eso está.

No obstante, a pesar del alegato lleno de intensidad de la señorita Hungría, sus palabras caían en una profunda contradicción muy perjudicial para sus intereses:

“Judd es un hombre, es un hombre. Por favor, os pido respeto. Quiero que LA respetéis”.

¿”La” es un pronombre masculino? En qué honda ignorancia he vivido todo este tiempo, gracias por enseñarme la luz. Qué grandes errores he cometido, uno tras otro, a lo largo de mi vida: “Carlos, llévaLO (a mi hermano) a casa” o “Julia, ¿por qué LO (el papel) rompiste?”. Ah, miserable inculto, que Lázaro Carreter me perdone. Sin duda alguna, esta chica se merece un sillón en la RAE o el Nóbel de Literatura. Visionaria singular.

Tras semejante escudo y contraataque, nuestro pobre héroe cobrizo desangraba sus últimas palabras, llenas de orgullo y coraje:

“Ana Rosa, yo me voy a callar, porque podría decir cosas de las que luego NO me iba a arrepentir (ahí, ahí, valor, valor). Pero lo que debe saber Noemí es que tenemos que ir acostumbrándonos a esta situación, de un día para otro no podemos llamarle “hombre” a alguien que ayer era “mujer”, necesitamos algo de tiempo (claro, claro, las cosas con calma: hoy “mujer”, mañana “marimacho”, pasado “Frida Kahlo” y, para la semana, lo llamamos ya “hombre”).


Después de este ejercicio de retórica digno de Demóstenes o Cicerón, habiendo ya vomitado el desayuno, me fui corriendo a la habitación, cogí mi resguardo para recoger el título de periodista, escupí encima y, a continuación, pensé: “¿Cómo habrá acabado Alfonso Rojo con Ana Rosa Quintana? ¿Será tan buena en la cama?”. Entonces, la náusea me trajo el segundo vómito matutino.